El peronismo sigue jugando el juego del poder en la cubierta de un Titánic que va derecho al desastre, con todo el país a bordo. Los principales referentes de ese grupo variopinto que Cristina Kirchner reunificó para volver al gobierno parecen perdidos en astucias y especulaciones, a tal punto que uno se pregunta si son conscientes de que el casco del barco está lleno de agujeros y los que viajan en la bodega -la gran mayoría de los pasajeros- ya tienen el agua por el cuello. Mientras, la única facción que tiene un plan y sabe lo que quiere es el kirchnerismo, que encuentra en la profundización de la crisis el mejor de los escenarios para alcanzar sus objetivos. Los demás, convencidos de que despliegan un juego propio, en verdad cumplen el papel de obedientes remeros. Luego de entregar el timón a la capitana, colaboran en poner proa hacia el más encrespado de los mares. Y la nave va. Es la nave de los locos, en la que el verbo que más se conjuga es tomar. Tomar a la fuerza, por la vía de hecho, a veces tras un velo de falsa legalidad y otras de forma desembozada. Las usurpaciones de terrenos y campos son el espejo de lo que ocurre en las sombras: el Gobierno avanza sin pausa en la ocupación de los tres poderes del Estado. Solo si lo logra podrá garantizar la impunidad de la capitana y alimentar la máquina picadora de papel con los expedientes en los que obra la prueba de la corrupción. . Detrás de las usurpaciones hay operaciones organizadas que, en muchos casos, son acompañadas por el Estado en sus distintos niveles y reparticiones. «Ocupar no es delito», dijo Juan Grabois, ahijado del Papa y alineado con Cristina Kirchner. Las tomas son la pobreza convertida en negocio. Afloran en ellas el atraso y la indigencia, pero también los aprovechadores de siempre que sacan rédito de la necesidad, además de un Estado cómplice, incapaz o ausente. ante un delito tipificado en el artículo 181 del Código Penal. Las usurpaciones, que se extienden en el tiempo sin que la autoridad reaccione, son una muestra de la ausencia de ley. Ese vacío es rápidamente ocupado por un relato justificatorio que, en sus distintas adaptaciones, se conjuga sin esfuerzo con el relato madre que la capitana supo urdir y que determina la titubeante respuesta al problema de los funcionarios. Ese gran relato es el capital mejor cultivado de Cristina Kirchner. Alimenta el fervor de sus marineros y levanta un velo que embellece lo impresentable, a tal punto que el delito acaba convertido en una gesta épica de la cual se cuelgan cínicos e ingenuos. Al mismo tiempo, eleva su persona a la condición de mito, y de esta forma queda liberada de la contaminación que podría producirle la realidad a través de aquello que hizo o dijo cuándo fue eterna. Los cuadernos son fotocopias y los bolsos no existieron. El dogma del relato (creencia ciega en el cristinismo), es el relato que, se reescribe y se perfecciona constantemente. Un ejemplo es la operación que desarrolla en Dolores el juez Ramos Padilla para dinamitar la causa de los cuadernos.. Usurpar es tomar lo que no te pertenece. Y eso es lo que está haciendo el kirchnerismo con la Justicia. El fin es dar de baja los hechos y la ley para imponer, ya sin resistencia, el relato. Los que quieren vivir en una república cuentan con un último recurso. La Corte Suprema, que definirá si el país vuelve a instalarse en la realidad o si la realidad pasa a ser la devastadora sugestión kirchnerista, que ahora baila en la cubierta del Titanic, decidida a completar su faena.
Por Hector Guyot (fuente La Nación)
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