De nuevo ella allí, erguida, mirándonos a los ojos. Otra vez, nuestra hermana, la desesperanza. Inmóvil, buscando un sorbito de anhelo que le saque la sed, que la lleve a otro lado. ¿Cuántas van? La Argentina es un país que nunca te falla: siempre te decepciona. Si fuera un remedio, habría que contraindicarlo. Genera demasiados colaterales. Perros mordiéndonos la cola en un subibaja eterno. Como en un desierto, por momentos, la nubosidad baja y parece que estamos cerca de alcanzar el oasis que siempre es espejismo. De nuevo a subir la carga y de nuevo a caer en el abismo. Ha sido como tener delante a Muhammad Ali. nos entraron casi todas, ni una fue para el lado de la alegría. Somos un país en sepia. Jóvenes ya cansados mirando por la ventana hacia fuera, se retiran en silencio por aquella puerta llamada Ezeiza.. Vivimos en un país en donde el mérito no cuenta y el nivel educativo no garantiza la tranquilidad económica. La mejor vía de ascenso social no se consigue por medio del estudio, sino a través de la política. Mensajes no escritos que bajan desde el poder y desalientan cualquier esfuerzo. Este panorama lúgubre se repite en numerosos ámbitos. Lenta pero perceptiblemente, se va desangrando el capital humano de un país nostálgico que, cada dos por tres, recuerda su pasado de granjero del mundo. La desesperanza es una herida abierta. Somos un chef malo que saca de su cajón sucio recetas viejas que nunca le salieron bien y lo intenta de nuevo. Y siempre le salen mal.. Hiperinflación, endeudamiento, devaluación y siguen las firmas. Un hámster que da vueltas y vueltas en una rueda eterna: gira que te gira, pero está siempre en el mismo lugar. Exhaustos. Agotados , se ha puesto espeso el aire familiar. La bruma llega hasta cada recoveco de nuestras casas. No es chiste, muchos están mirando a sus hijos y revisando pasaportes. Los anhelos infantiles están evaporándose, ya perdieron más de siete meses de sonreír con sus amigos. De a poquito, les fueron devaluando son niños tristes que deambulan por el hogar. quizás algún día nos dirán llorando: «Papá, ya sabemos que hoy, de nuevo, hay sólo arroz , pero algún día, si podés, de postre queremos futuro.
por Nicolás J. Isola
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